Ignasi Bosch

Pasajeros al tren

Subir muy a menudo en el tren de una misma hora provoca que se establezca un tipo de relación, a distancia, con los demás usuarios asiduos al mismo tren. La experiencia te hace descubrir qué vagones suelen estar menos frecuentados y eso hace coincidir con ellos.  Y de alguna manera llegas a hacer un tipo de radiografía de esas personas. No hablo de juzgarlos, digo de establecer un tipo de imagen y concepto, cuatro rasgos básicos por los hábitos y tendencias que día tras día me brindan. Hay que decir que no conozco a uno sólo ni siquiera he hablado con ninguno de ellos, pero han acabado siendo personajes usuales en mis paseares de las últimas semanas.

Uno es el enérgico, quien siempre actúa con un ímpetu que se podría suponer más bien desproporcionado a esas horas de la mañana. Siempre con una actitud firme, de movimientos precisos y nada apresurados. Dispuesto siempre a servir, ayudar a cualquier pasajero despistado o novicio.  Despertando a alguno para que no se salte la parada, traduciendo el torpe inglés del revisor para que un par de turistas entiendan porqué deben pagar la diferencia de billete ya que compraron uno para otro tipo de tren, ya sea increpando de forma estricta algún mal uso o incordio, que siempre hay alguno.

Otro que vendría a ser todo lo contrario. En su cara parece albergar dos jornadas enteras de trabajo a pesar de que la jornada acaba de empezar. Cara larga, mirada perdida. Lo primero que hace al llegar a su asiento es quedarse dormido, cada día, siempre. Y más de una vez llega a su destino gracias al anteriormente citado.

Una chica que parece siempre que esté esperando una sorpresa de un momento a otro. Con una medio sonrisa plasmada en su rostro de manera permanente observa con los ojos abiertos todo cuanto le rodea. Con ella coincido en ambos trayectos, el de ida y el de regreso y su expresión no cambia.

Después existe gente esporádica pero que por alguna razón se dejan notar. Sin ir más lejos recientemente se me sentó delante una mujer con una habilidad muy concreta. Era extremadamente ruidosa. Cualquier cosa que hiciera dejaba un testimonio sonoro de una intensidad por encima de lo usual. Cada patata que cogía de la bolsa resonaba por todo el vagón. Cada página del periódico que pasaba sonaba exageradamente fuerte. Se puede hacer todo eso sin que ocurra esto. El colofón fue la llamada telefónica. Creo que incluso el tren entero debió de sufrir un paro cardíaco durante milésimas de segundo a causa del tono de llamada que tenía esta señora. No sabría describirlo como música o un grito agónico y aún menos sabría decir porqué lo dejó sonar tantas veces antes de atender la llamada, la cuestión es que todos tomamos buena nota de a qué hora era la reunión y lo importante que era que todos asistieran puntualmente, aunque más tarde aclaró que posiblemente ella se demorara un poco y eso que el tren cumplía con el horario establecido.

Es probable que las personas seamos bastante más predecibles de lo que uno pueda llegar a pensar. 


Aventuras y desventuras isleñas: