Los gobiernos del mundo entero se volcaron en el Proyecto, destinaron recursos ilimitados en el diseño y elaboración de los distintos programas que lo configuraban y eso, junto al control y absorción por parte del consorcio mundial de los mayores mercados, acabó por desembocar en una crisis económica y financiera a escala mundial. El dinero dejó de concentrarse en las economías que llevaban engordando de manera bulímica las últimas décadas y el mercado se vio afectado de manera irreversible. Ni los mejores especialistas en macroeconomía fueron capaces de prever el tamaño de la crisis que se les echaba encima.
Obviamente encontraron una compleja explicación para argumentar tal debacle. Todo el mundo creyó esa sarta de mentiras y el mundo se sumergió en una situación gravísima de la que no levantaría ya cabeza. Tal catástrofe tenía sus lentos inicios a mediados del siglo XXI.
Fueron unos años muy duros, el progreso humano quedó paralizado en seco y hubo un retroceso tecnológico y social palpable.
La tecnología había sido la principal aliada de la humanidad y la responsable de su avance en las últimas décadas. Desde la aparición de la revolución tecnológica, a finales del siglo XX, había formado parte de cada paso y de cada progreso. El mundo se regocijaba en el auge de la era de la informática y los microchips. En la vida cotidiana de casi todo el mundo imperaba, de una forma u otra, la más avanzada tecnología que facilitaba el día a día de las sociedades más bien estantes. Se llegó a un punto en que era imposible hacer prácticamente nada sin que interviniera de alguna forma. Todo estaba regulado o controlado por pequeñas y sofisticadas máquinas. Algunas corrientes lo llamaron “la invasión”, casi sin pretenderlo el hombre dependía casi por completo de la tecnología y no fue fácil erradicar dicha dependencia.
De una manera paulatina se retrocedió hasta llegar a prescindir casi por completo de la tecnología punta en la vida utilitaria de las personas, las cuales, se las apañaban con los utensilios mínimos para mantener un nivel aceptable de confort, aceptable por los tiempos que corrían. La tecnología siguió avanzando pero permaneció concentrada por completo en satisfacer las necesidades del Proyecto, lejos del alcance de la gente de a pié. Todas las innovaciones estaban dedicadas a las distintas facetas del Proyecto preparando el esperanzador futuro de la humanidad.
La otra invasión que se vio afectada y derrotada fue la del dinero.
El capitalismo sufrió un duro revés al verse congelado el flujo de capital. Al quedar todo concentrado en círculos internos el dinero no se movía y con ello empezó a desajustarse la gran maquinaria. El capital pasaba directamente de los estados a las distintas multinacionales colaboradoras. Las principales divisas mundiales vieron como se desplomaban sin que nadie pudiese hacer nada al respecto, la inflación subía como la espuma y eso hacía que el valor de las cosas se escapara de las posibilidades de los bolsillos de la población; el paro se fue extendiendo al mismo ritmo que iban cayendo las empresas, una tras otra.
Pocos eran los afortunados en participar en alguno de los programas, el resto se vio obligado a volver al campo en busca del sustento de forma primitiva. Hacía muchos años que los campos habían sido puras industrias donde se producía el alimento en el que se apoyaba todo el abastecimiento de las urbes. Pero para muchísima gente no quedó más remedio que volver a acudir a la débil fertilidad de la vieja tierra para poder sobrevivir. Año tras año las condiciones climatológicas alimentaban la expansión de las zonas áridas, ríos y mares enteros vieron como se convertían en bastas llanuras. La desertización del planeta se extendía como un cáncer amontonando a la población mundial que se veía obligada a ir retrocediendo ante tal amenaza.
Se crearon políticas severas de control de la natalidad para no causar un desastre aún mayor.
Las ciudades acabaron relegadas a núcleos urbanos oscuros y decadentes. La cohesión social se agrietaba y la falta de recursos y de oportunidades para llevar una vida plena y cómoda provocó que se dispararan los índices del crimen y del consumo de drogas. En las zonas más conflictivas del planeta la barbarie conquistó el corazón de los menos escrupulosos creando verdaderos guetos del infierno donde los pequeños grupos locales del crimen organizado controlaban sus zonas como señores feudales en plena edad media, el panorama era desolador.
El mundo observaba impasible cómo paso a paso se avanzaba hasta el más absoluto desastre. Esto no pasaba inadvertido para los distintos poderes gubernamentales, sin embargo, éstos se veían desbordados por la magnitud de los acontecimientos. Las prioridades estaban escrupulosamente establecidas, tenían que conservar los axiomas fundamentales del proyecto a toda costa para el bien de la humanidad. Objetivo número uno: Perdurar.
La tierra agonizaba ahogándose entre el sofocante aliento de un sol cada día más mortífero. A medida que avanzaba su ataque y las defensas de la débil tierra iban cediendo poco a poco la exposición al sol resultaba más peligrosa. Para evitar un nuevo aumento descontrolado de la plaga del cáncer se procuraron evitar las actividades en el exterior en horario diurno. Concentrando la mayor actividad humana cuando la amenaza resultara menos peligrosa, por la noche. Durante las horas punta del día, las ciudades parecían pueblos fantasma prácticamente paralizadas por completo.
Eso alteró en cierta medida el comportamiento de los seres humanos y no colaboró en ayudar al desastre social que ya se respiraba por sí sólo, sin embargo las alternativas brillaban por su ausencia.
Todo ese panorama contrastaba rotundamente con el que se encontraban las geciones destinadas a ser los predecesores de los Arcanos.
En los recintos del Proyecto C las cosas eran diametralmente opuestas. Se estaban concluyendo los últimos preparativos para enviar a los “elegidos” en busca de un nuevo mundo. La cuarta generación de unos seres preparados y educados a conciencia, criados entre la abundancia y riqueza de espíritu, alentados a pensar y a crear, estimulados a inventar y a mantener una cohesión de la más avanzada tecnología social jamás conocida hasta la fecha. Serían los encargados de coger el testigo cedido, forzosamente, por el vivo reflejo de la derrota.
A los científicos responsables de tal obra se les podía ver el orgullo y la satisfacción en sus caras al observar el resultado de su trabajo. Ese orgullo de unos padres que miran a sus hijos aventajados y sanos, con esa vanidad imposible de esconder al haber demostrado al mundo y a la historia que la ciencia finalmente desbancó a dios en velar por la humanidad.