Ignasi Bosch

Entre visiones

Martha Sawford – Por entonces correctora del Visions Journal de Londres.

Mucho tiempo estuve preguntándome el porqué de ese cambio repentino. Ni una sola razón, ni un sólo adiós. Sólo ese trozo de papel en mi taquilla del trabajo: “Vuelve con tu madre y no se lo digas a nadie, TQ”. No lo comprendo, no consigo entender porqué no contó conmigo ¿Hice algo? Nuestras vidas se cruzaron fugazmente pero de una manera suficientemente intensa para saber que era él.  Y debió hacerme algo… pues no consigo sacármelo de la cabeza.

Corría el año 2098 cuando me trasladé a Londres, mis ambiciones estaban pletóricas y emprendí la gran aventura.

Escogí Londres por dos simples razones. Primero porque era el centro urbano que más cerca me quedaba, el siguiente de la lista quedaba más lejos de lo que nunca había viajado. Y la segunda razón fue que era de las pocas ciudades donde no era necesario llevar un arma para salir de casa. A pesar de estar en evidente declive era una ciudad relativamente tranquila comparada con lo que se decía del resto.

La cuestión es que me sentí eufórica al haber tenido el valor de haber dado un paso tan importante por mí misma y aunque el empleo seguía estando fatal, el paro por las nubes y tantas otras cosas por el estilo que nunca llegué a entender, tenía en el pecho la necesidad de huir, de aventurarme, de arriesgarme por una vez en la vida; por eso dejé el pueblo... y a mi madre. Y... cómo la echaba de menos. Yo quería hacer algo en la vida, algo más allá de ver pasar los años uno tras otro, cosa que parecía complacer a la mayoría de la gente con los que crecí. La escuela siempre me supo a poco, no podía comprender cómo era posible que todos mis compañeros de clase se conformaran con lo poquito que se nos ofrecía. Fue entonces cuando me volqué en los libros. Era una máquina de devorar páginas. Cualquier historia me trasladaba a soñar y tantos sueños acumulados a lo largo de los años fueron los que me dieron el ímpetu para dar el paso y adentrarme en busca de un futuro que fuese sólo mío.

Pero la realidad suele ser siempre más cruda, todo acaba adquiriendo un tono más oscuro, pierde brillo. Es el precio que paga una ilusión cuando traspasa la frontera para hacerse realidad. A pesar de ello el sólo hecho de estar en esa ciudad y empezar a tener mi propia vida me llenaba de entusiasmo.

Me costó muchísimo dar el paso, dejar a mi madre sola era algo que me quemaba por dentro. Mi padre murió siendo yo muy joven, apenas tengo recuerdos de él. Crecí con mi madre, mi hermano mayor y mi prima. Ella se quedó huérfana cuando era casi un bebé, se crió entre nosotros como una hermana más.

Así pasé toda mi infancia y juventud, haciendo vida campesina en plena debacle de la economía mundial. Suerte que las tierras que nos dejó mi padre daban la renta suficiente para poder sobrevivir los cuatro. Pero como ya he dicho, eso no me llenaba.

No podía quedarme en ese pueblo consumiéndome de esa manera de por vida. Llegamos a un acuerdo con mi prima, ella y Mamá arreglaron sus diferencias y finalmente pude irme tranquila dejando todos los cabos bien atados y sabiendo que la dejaba en buenas condiciones. Seguí teniendo contacto con ellas periódicamente y nos íbamos poniendo al día, se lo contaba casi todo. Había cosas que me guardaba pues no creo que entendieran según qué, la vida en el pueblo es otro mundo. La ciudad es más fría e intensa, todo adquiere un ritmo frenético y las personas se despersonalizan a la vez que te vuelves más opaca y conformista contigo misma. Pero por entonces sentía que la vida se me escurría de las manos entre la pausa y la monotonía del campo, más tarde  averigüé que la metrópolis tampoco me hizo feliz. Aunque eso no lo supe hasta que fue demasiado tarde, viví la eclosión del nuevo mundo como unos fuegos artificiales hasta acabar por ver que nada era como imaginaba. Que te puedes llegar a sentir más sola y perdida entre un montón de gente que en medio de un campo de trigo con la única compañía del canto de las cigarras.

Frank, mi hermano, me dio algunos consejos sobre “cómo pasar del campo a la ciudad sin morir en el intento”. A él sí que se lo contaba todo, supongo que de alguna manera lo veía como el padre que nunca tuve, un padre-amigo, hecho a medida. Siempre nos entendimos bien, con mi prima fue algo distinto.

Frank se casó poco después de marcharse de casa y formó su propia familia. Él sí que lo supo hacer bien, al margen de cualquier disputa. Qué encanto era la pequeña Amy, mi primera y única sobrina era irresistible, de esas criaturas que te las comerías a mordisquitos. Fotogénica y simpatiquísima, tenía sus mismos ojos. Siempre salía riendo en todas las fotos, yo, en cambio, siempre salía haciendo muecas. Todos me decían que lo hacía a posta pero era mentira, siempre pulsaban el botón en el bostezo, estornudo, susto, parpadeo o picor. De esas casualidades de la vida que son inexplicables.

Después de una adaptación algo dura a la gran ciudad, finalmente me encontré en ese mediocre periódico sensacionalista de Londres trabajando de correctora. Tantas horas entre libros finamente valieron para algo. El trabajo era duro, un puñado de horas por una miseria, sin embargo algo saqué de bueno, Ume.

Ume era una de las redactoras y podríamos decir q el único ser humano de toda la empresa. Ella me ayudó un montón a integrarme en una ciudad tan grande y tan de locos. Yo buscaba un sitio donde vivir y ella alquilaba una habitación, nos entendimos desde el primer momento. Era una persona activa, viva y fue ella quién me ayudó a conseguir el empleo.

Recuerdo que al conocerla no pude evitar la tentación de preguntar la procedencia de su nombre, no era demasiado común por no decir la única vez que lo oía y teniendo en cuenta que Ume era una mujer blanca, aún llamaba más la atención el que tuviese un nombre tan exótico. Me respondió con una historia fantástica.

“Es el nombre de un dialecto muy antiguo que usan los indígenas de una isla en Indonesia y, con el cual, mi madre escuchó por primera vez la apasionante leyenda de un niño que se convirtió en sol. Esa misma noche se conocieron con mi padre y me engendraron a mí, en una playa paradisíaca justo cuando empezaba a asomar el sol por el horizonte...”

Lo contaba tan genial que te quedabas con la boca abierta asintiendo tontamente con la cabeza, mientras por dentro pensabas...”¿será verdad?” esas cosas no existen. Y qué envidia, pensar que a mí me pusieron Martha porque era el nombre de mi abuela. Yo también quería un nombre tan profundo, misterioso y único. Nadie le da demasiada importancia a eso pero el nombre nos acompaña durante toda nuestra vida, nos define. ¿Por qué poner nombres usados? Nunca lo he entendido.

El trabajo en el periódico era de lo más denigrante. Corregir sandeces día tras día: que si “la última reina de Inglaterra fue una extraterrestre”, que si “un científico chiflado había inventado una máquina del tiempo”, que si “se acercaba el fin del mundo”… cualquier cosa valía. Lo importante era, al menos, tener un trabajo.

Con Ume solíamos ir todos los días a la cafetería situada justo enfrente de la oficina antes de entrar a trabajar, fue allí donde lo vi por primera vez. Parecía inmerso en sus cosas a la vez q lo iba analizando todo… con pausa.  Con su café, un donut mal mordisqueado, su aspecto un tanto dejado, con su barba de días, en fin, un encanto…

La noche siguiente ya me desperté con la ilusión de volverme a encontrar con ese personaje tan misterioso. Parecía un tipo de costumbres rutinarias, siempre sentado en la misma mesa observando su alrededor. En alguna ocasión intercambiamos alguna fría sonrisa pero siempre apartaba la mirada con un gesto nervioso observando todo cuanto tenía a su alrededor. Algo debía esconder pues sin conocerlo no entendía cómo podía leer el Visions. Yo sabía percibir en su mirada un ser bastante más inteligente que la gentuza para la que escribíamos.

Un día, Ume, se retrasó más de lo habitual. Yo siempre salía de casa antes que ella porque me encargaba de las más inverosímiles tareas encomendadas por los jefes de la empresa. Aparte de correctora, era la “chica para todo”. Siempre me tocaba esperarla un rato en el café. El tiempo que duró el retraso sirvió para ese juego de miradas, aparentemente indiferentes, con el tipo misterioso.

Al llegar Ume, exaltada, me contó algo terrible.

-Siento llegar tarde Martha, no te vas a creer lo que ha pasado.-Dijo casi sin aliento mientras se quitaba la chaqueta.

-Pero chica cálmate, respira!-Le sugerí mientras indicaba a la camarera que sirviera un par de cafés.

-¿No has pasado por la oficina aún?¿no te han avisado?-Preguntó de manera algo inquisitiva a la vez que se detenía de su ajetreada entrada.

-Pues no, he tenido que ir a dar la cara en la escuela del hijo del señor Smith, es la tercera vez que lo han expulsado este mes y ...  -Me cortó impacientemente.

-¿Tú conoces a Richard, el reportero jovenzuelo, el pelirrojo?-Mi mente ya empezaba a conjeturar y no me podía creer que Ume se hubiese liado con ese chaval, podría ser su hijo! Menuda mujer esta, se había cepillado a casi toda la oficina.

-No personalmente, sé quién es porque estoy corrigiendo el esbozo de su último trabajo, precisamente anoche me llevé a casa la última entrega. Tengo que corregirlo para la semana que viene, este tío escribe fatal, no tiene ni idea de....-Volvió a cortarme y ya empezaba a molestarme tanta tontería.

-Está muerto...

Me quedé sin habla.

-Ha aparecido esta madrugada flotando en el Támesis, desnudo y con signos de haber recibido una brutal paliza.- No sabía qué decir, se creó un silencio cortante mientras intentaba asimilar sus palabras.

-¿Pero qué coño me estás diciendo? –Solté finalmente, esto parecía una broma de mal gusto.

-La policía cree que estaba metido en algún mal asunto, están revolviendo toda la oficina buscando quién sabe qué, pistas o yo que sé. –Dio su primer sorbo al café y casi lo derrama entero del temblor de sus manos.

-Me cuesta creerlo, ese chaval no era ni listo ni audaz. Su último reportaje relata unos supuestos claros indicios sobre el fin del mundo, tiene... tenía no sé qué contactos que le habían asegurado que a la tierra le quedaba apenas un suspiro,  ya me dirás tú. Llevaba meses en ello, aunque bien pensado, igual sí que un reportaje de ese rigor periodístico permite tener tiempo para meterse quién sabe dónde.-Dije sin pensar demasiado.

-No seas tan cínica joder, el chico está muerto, muerto Martha! -Dijo levantando el tono de voz provocando que media cafetería hiciese una pausa para observarnos de manera displicente.

-No te lo tomes a mal, no pretendía reírme de él, es sólo que al fin y al cabo no conocemos a la gente como podemos llegar a creer. Estamos rodeados por desconocidos. Aquí cada uno va a la suya y pasa lo que pasa, si ya lo decía mi madre: “Niña, la ciudad es peor que la jungla, al menos allí los animales se respetan.” -Intentaba calmarla un poco quitándole importancia al asunto, pero en realidad estaba horrorizada.

-Pues yo no sé qué pensar, la verdad -Comentó mientras echaba un vistazo a la hora.-Es tarde! venga acábate el café y vamos a trabajar, si nos dejan.-Pagamos la cuenta y salimos a toda prisa sin pasar desapercibidas por el resto de los presentes.

La oficina era un caos de gente, papeles, movimiento. Todos los empleados del periódico permanecían en la sala de espera, a cuál más nervioso. Ya se habían formado corralitos con las antenas puestas sintonizando radio macuto, que si Richard era drogadicto, que si lo habían visto en varias ocasiones acompañado de damas de mala reputación, que si se había metido en circuitos de juego ilegal y apuestas. Realmente todos esos cotillas estaban trabajando en el lugar indicado. Lo mejor para complacer a las mentes maquiavélicas y paralíticas que intentaban esclarecer en unos minutos y sin la menor información un hecho tan importante, era precisamente inventarse lo más retorcido y fácil de escupir, estaban hechos para ello. Seguro que más de uno se frotaba las manos al contemplar la ocasión que la fortuna les había enviado, seguro que más de uno vio en lo ocurrido una portada en grandes titulares y no la tragedia que era en realidad.

Ume y yo nos quedamos en un rincón. Ella sentada mirando con ojos inquietos a las personas que intentaban atender los asuntos profesionales haciendo cola para conseguir su turno en el único teléfono que estaba habilitado en la sala. Caminando de arriba para abajo como un desfile de ejecutivos al borde del colapso cardiovascular. Yo, sin embargo, me sentía en otra órbita. Por supuesto que no me alegraba de la muerte del chico, pero ni le conocía. Lo que pasara o dejase de pasar dentro de la empresa era algo que me traía sin cuidado. No llegaba a comprender cómo todas aquellas personas que aprovechaban la menor oportunidad para dejar verde o sepultar a algún compañero bajo argumentos del todo ridículos,  cómo todas esas personas que no eran capaces de entenderse a la hora de llevar una tarea en común ni aportar el menor atisbo de interés por hacer las cosas un poco bien, eran capaces en esas circunstancias de preocuparse y consolarse mutuamente. Era incomprensible, al menos para mí. Todos estaban observando con ojos inquisidores cómo los policías hurgaban por sus departamentos y cajones. Sólo hace falta poner un forastero en el nido de los buitres para que éstos dejen de devorarse entre ellos y hagan una piña sólida y homogénea, es sorprendente.

Pero yo me sentía muy lejos de todo eso, yo estaba enganchada a la ventana mirando la cafetería con la esperanza de ver al hombre misterioso aparecer desde el interior. Pero los minutos pasaban y nada. Me intrigaba muchísimo saber a qué debía dedicarse ese hombre que podía permitirse las mañanas enteras para desayunar y ojear “periodicuchos” de poca monta mientras el resto de las personas apenas salían a flote con dos empleos, si tenían la fortuna de tenerlos. Estaba claro que no era un vagabundo, a pesar de la pinta aparentemente descuidada llevaba ropa cara, gafas de diseño y un reloj que bien debía valer un pico.

Cada vez que se abría la puerta de la cafetería me subían las pulsaciones y al comprobar que no era él tardaban unos segundos en recuperar el ritmo normal.

El tiempo pasaba y la sala parecía una olla a presión. El volumen general del bullicio colectivo aumentaba paulatinamente en lugar de apaciguarse, los ánimos iban subiendo de intensidad. Me recordó vagamente de niña en el comedor del colegio, donde empezábamos a comer de manera silenciosa y civilizada en lo que era el principio de un esplendoroso crescendo hasta llegar a los insospechados límites permitidos por la señorita Brightman, a la cuál pusimos un apodo muy sugerente: “Srta. Tapia”. 

-Como no pase algo pronto, aquí van a haber desmayos o incluso ataques al corazón.- Le dije a Ume sin girarme. Al ver que no contestaba volví la cabeza y observé que ya no estaba en la silla. Di un rápido vistazo a mi alrededor y di con ella charlando con Fred, el informático, y sí, estaban flirteando. Los dos tuvieron un affaire unos meses atrás. Todavía recuerdo el susto del pobre chico cuando me lo encontré por la tarde en la cocina de casa comiendo magdalenas en calzoncillos, una imagen dantesca. Casi le da un ataque al atragantarse. No sé si estaba al corriente que yo vivía en casa de Ume, lo que sí sé es que a partir de entonces mi ordenador funcionó fino como la seda y al menor problema tenía a Fred amorrado a mi pantalla, eso sí, en un silencio sepulcral.

En lo largo de mi estancia en esa casa recuerdo varias situaciones inverosímiles con distintos amigos de Ume. Ella era así, una mujer abierta, social y muy activa. Decía que no se veía capaz de vivir con un hombre, que lo ensuciaban todo y que acababan por aburrir. Ella prefería la aventura cotidiana y el saltar de flor en flor, o de capullo en capullo, como se prefiera. Aunque siempre tuve mis reservas de que eso fuera exactamente así. Porque la casa estaba hecha un asco de todas formas y ella tampoco era el paradigma de la diversión, por eso era tan activa: para buscarse la diversión. Y aunque se proclamase activista de la poligamia, yo misma la veía llorar a mares en los finales felices de los bodrios “romanticoides” que nos tragábamos en esos maravillosos domingos de menstruación. Detrás de esa fachada de mujer fatal y capaz se escondía una niña indefensa e insegura que tan sólo intentaba echar mano y usar lo que tenía al alcance, y eso, al parecer, funcionaba. O al menos eso quería pensar ella. 

Finalmente hubo movimiento en la oficina. Entró el Sr. Smith intentando actuar con forzada normalidad, sin conseguirlo, y nos dijo que nos fuésemos a casa, que nos daba la noche libre.

Después del murmullo y de las preguntas de los más curiosos las cuales quedaron sin responder, poco a poco fuimos desalojando la oficina. Ume quedó rezagada. Al encontrarnos en el exterior del edificio me comentó que marchase yo sola, que ella y Fred iban a tomar algo. Vi una vez más esos ojos de felina hambrienta, “esta mujer no tiene remedio” pensé.

De camino a casa y con el resto de la noche por delante y por rellenar, caí en la cuenta de que no había nada que me apeteciera hacer. Lo más probable es que Ume no regresara hasta tarde o incluso hasta la noche siguiente. Dudo que a Fred le apetecieran las magdalenas de casa nunca más, de manera que disponía de la noche entera para mí. Decidí avanzar trabajo y ponerme con el reportaje que me estaba esperando en casa. Me sentí un poco desgraciada al no tener nada más interesante por hacer ni nadie más con quien compartir un triste café o una sola conversación. Se me escapó un profundo suspiro. En lo que quedó de trayecto dejé volar la imaginación para perderme por senderos impracticables.

Al llegar a casa me puse manos a la obra.

Proyecto D.

ARCA - Mapas de niveles y sectores

Nivel A – “El Núcleo”

1.El reactor de fusión. La ausencia de gravedad facilita el trabajo del electroimán superconductor. El reactor está situado en uno de los polos, propiamente aislado para garantizar el manejo seguro del plasma y evitar fugas electromagnéticas que puedan interferir en el “sistema neuronal” del Arca.

2.Ubicación de N.O.E. en el centro mismo de la estructura, proporcionando las condiciones óptimas para el funcionamiento de la tecnología cuántica con la que funciona el supercomputador. Dicha ubicación proporciona equidistancia con el resto de sectores con la correspondiente facilitación en la distribución de los Axones ópticos. 

3.Laboratorios de investigación y experimentación científica en los programas de los Proyectos B y D que requieran gravedad 0.

Nivel B – “El Depósito”

1.Catálogo “GBC”, debidamente clasificado y ordenado. Condiciones óptimas para su conservación.

2.Célula de combustible cuya función es la de almacenar energía de reserva o de emergencia. Dicha célula obtiene la energía de los paneles fotovoltaicos implantados en el –Nivel D-

3.Recintos de recuperación funcional y rehabilitación donde la baja gravedad pueda beneficiar dicha tarea.

4.Laboratorios de investigación y experimentación científica en los programas de los Proyectos B y D que requieran gravedades bajas.

5.Plantas de reciclaje secundaria.

6.Naves habilitadas de almacenamiento masivo.

7.Planta avanzada de conversiones.

8.Hangares.

Nivel C – “El Habitáculo”

1.Arcópolis 1

2.Arcópolis 2

3.Arcópolis 3

4.Arcópolis 4

5.EcoSistema 1 Tundra

6.EcoSistema 2 Taiga

7.EcoSistema 3 Bosque Templado

8.EcoSistema 4 Bosque Mediterráneo

9.EcoSistema 5 Praderas, estepas y sabanas

10.EcoSistema 6 Selva

12.EcoSistema 7.1 Océano 1

13.EcoSistema 7.2 Océano 2

14.EcoSistema 7.3 Océano 3

15.EcoSistema 7.4 Océano 4

16.EcoSistema 8 Agua dulce

Nivel D – “El Exterior”

1.Paneles fotovoltaicos de alta sensibilidad.

2.Compuertas de carga y descarga.

Parecían los planos de una máquina sacada de alguna novela de ciencia ficción. A Frank le encantaban esas novelas, era un verdadero fanático. En su habitación había libros por todas partes amontonados en el suelo formando pilares enormes, pilares repletos de magia e imaginación. Tenía colecciones enteras de las grandes obras del género de toda la historia. Me insistió tanto que acabé por engancharme a ellas durante una época de mi vida. En los ratos de ocio no había mucho más por hacer en el pueblo de manera que nos sentábamos en el sofá y vivíamos cada uno su propia aventura compartiéndolas en silencio. Supongo que mi afición a soñar despierta se lo debo a esas largas tardes de invierno navegando por galaxias desconocidas. Y seguramente de ahí surgió mi pasión por las palabras; aunque de una forma menos creativa, lo de soñar se me daba bien pero  escribir fue siempre mi gran frustración. Tenía empezadas mil historias pero nunca llegué a concluir ninguna, era incapaz, mi imaginación desbordaba mi paciencia. Iniciar aventuras era apasionante pero siempre acababa por perder esa motivación que impulsaba los comienzos.

Al ver los planos que tenía abiertos delante de mí me vino a la mente una novela en cuestión: “Encuentro con Rama” del autor preferido de Frank, Arthur C. Clarke. Yo siempre imaginé a Rama de un modo muy parecido al artefacto que aparecía allí.

Esas laminas estaban repletas de tecnicismos que yo era incapaz de comprender, no sé qué pretendía exactamente Richard que hiciese yo con eso. En ese momento me vino un sudor frío al recordar lo ocurrido. Mi cabeza me había vuelto a llevar lejos de la realidad y me había olvidado por completo de todo. Las gotas de sudor me recorrían la espalda y una sensación angustiosa se me clavó en el estómago. Me sentí ridícula a la vez que asustada. Estaba intentando corregir algo que era incapaz de comprender, ni sabía de dónde había salido y que pertenecía a un reportaje de alguien que estaba muerto, que seguramente estuviese inacabado y que muy probablemente no sería publicado jamás. Me invadió una sensación de angustia, necesitaba un poco de aire; me puse en pié, cogí las llaves y me fui a dar una vuelta.

En momentos como ese yo tenía mi propia terapia. Lo hacía a menudo cuando había algo que me intranquilizaba o simplemente cuando tenía ratos libres o me sentía aburrida. O cuando Ume desaparecía algún fin de semana entero y me sentía sola. La “terapia” consistía en visitar tiendas de objetos usados. Una terapia poco convencional y algo extravagante, lo sé, pero era algo que me llenaba de una manera inexplicable. Ese tipo de tiendas eran como un parque de atracciones para mí, era como abrir un viejo baúl en algún desván abandonado. Nunca sabías qué podrías llegar a encontrar. La mezcla de artículos y artilugios tan dispares me satisfacía la curiosidad y me proporcionaba una sensación especial. Saber que todos y cada uno de esos objetos tenía una historia detrás los hacía mágicos. Me encantaba coger alguno y tocarlo, palparlo e intentar averiguar qué secretos escondía, imaginar el camino y las aventuras que lo llevaron hasta el rincón de un escaparate de una pequeña tienda de un pequeño callejón de una gran ciudad. Simplemente me encantaba.   

Una vez recuperada y calmada decidí regresar a casa. Al abrir la puerta me quedé unos segundos totalmente inmovilizada, temblando, respirando agitadamente, el corazón martilleándome el pecho violentamente; el piso entero estaba igual que si lo hubieran sacudido como a una casa de muñecas. Nada estaba en su sitio, todo por el suelo o hecho añicos. Ya nos habían entrado anteriormente, era algo habitual en el barrio, pero nunca de esa manera. Sin tener tiempo a pensarlo salí corriendo y seguí corriendo hasta que pareció que mis pulmones iban a reventar. No me dio tiempo ni a decidir, alguna parte de mi cerebro decidió por mí, simplemente eché a correr. La cuestión es que me encontraba en medio de la calle, exhausta, al límite de caer desmayada y sin ningún lugar donde ir. La gente que pasaba por mi lado me esquivaba de manera impasible. Creo que ha sido la vez que me he sentido más perdida y abandonada en toda mi vida. Sentí tal impotencia en mis entrañas que eché a llorar incapaz de encontrar una sola razón para no hacerlo.

Cuando de pronto noté una mano que, suavemente, se me apoyó en el hombro desde detrás.

 -¿Estás bien? – Dijo una voz con tono firme pero amigable. Al girarme me lo encontré a pocos centímetros de mi cara, era él, el hombre misterioso de la cafetería. No podía creérmelo. Entre súbitos cortes de respiración provocados por los sollozos me lo quedé mirando sin pronunciar palabra.

-¿Te ha pasado algo? – Repitió mientras me inspeccionaba con la mirada en busca de alguna posible causa.

-Sí, sí... quiero decir no, no... o sea que no me ha pasado nada, estoy bien... – Respondí de manera nerviosa y precipitada, la causa de mi nerviosismo ya no tenía nada que ver con lo ocurrido en el piso.

 -¿Seguro? – Preguntó mientras hacía una mueca sobreactuada de desconfianza.

-Sí, sí... bueno he tenido un pequeño percance con mi piso – De cerca era todavía más guapo, seguro que se había percatado que me había puesto colorada, siempre se me han subido los colores de una manera exagerada.

-Bueno, si tan sólo es eso no te apures mujer, seguro que tiene arreglo, ¿es muy grave?

-Pues en realidad no demasiado, ha sido una tontería – Esa conversación se estaba acabando, los silencios se estaban haciendo incómodamente largos, esto no podía acabar ahí.

-Te apetece un... – Dijimos los dos al mismo tiempo, eso nos arrancó unas risas e hizo que me sonrojara más, si es que eso era posible.

-Me encantaría – Dijo mirándome a los ojos – ¿cómo te llamas?

-Martha y tú eres...

-Me llamo Mike – Nos dimos los dos besos de rigor. – ¿Café?

-Genial.

De esta manera tan sencilla y natural comenzó nuestra breve e intensa historia de amor. Pasamos el resto de la noche juntos. Paseando, tomando algo aquí y allí, visitando alguna de “mis” tiendas de usados. Quedó asombrado que me las conociese todas. Le conté mi infancia en el pueblo, mi llegada a la ciudad, mi trabajo en el periódico, Ume...

Prestaba mucha atención a todo lo que le contaba, no se perdía detalle, era atento y delicado. Despertaba una confianza cómoda, reposada. Su actitud cambió un poco cuando caí en la cuenta de que sólo hablaba yo y le pregunté algo sobre él, entonces se mostró algo más cauto y tímido; pero eso no cambió lo a gusto que me sentía.

Perdí por completo la noción del tiempo. Tan sólo cuando empezó a amanecer me di realmente cuenta de las horas que habían pasado. Me invitó a comer, me llevó a un restaurante que no sabía ni que existía, en la zona alta de la ciudad. Acostumbrada a las conservas todo aquello me sabía a manjar de dioses. Él observaba, atónito y con una sonrisa, cómo dejaba los platos limpios uno tras otro. Yo tan sólo me percaté de ello cuando acabé el último plato y levanté la mirada en busca de más pan para empaparlo de esa salsa que aún aguardaba en mi plato esperando a ser disfrutada hasta la última gota. Entonces me sonrojé una vez más bajando la cabeza avergonzada, mientras él con una dulce sonrisa me ofrecía su trozo de pan entero sin estrenar.

Tan sólo al llegar de regreso a casa volví también de regreso al mundo real del que había estado ausente las últimas horas. Puse la llave en la cerradura, respiré profundamente y abrí lentamente la puerta. Al abrir la luz me encontré a Ume con un cuchillo en la mano, las dos gritamos al mismo tiempo, me pegó un susto de muerte. Acto seguido ella soltó el cuchillo y llorando de una forma desesperada se me abrazó tan fuerte que no podía ni respirar. No fue difícil entender esa reacción cuando me contó el escenario que se encontró cuando llegó. La casa totalmente saqueada y yo sin aparecer. Había llamado a la policía. Temía que me hubiese pasado algo parecido a lo que le paso a Richard y bien mirado no era una idea tan descabellada.

Fueron tres citas, tan sólo tres citas para saber que querría pasar el resto de mi vida a su lado. Los hombres nunca se me dieron demasiado bien, no llegaba a traspasar esa primera puerta y llegar a la otra persona. Mi imaginación siempre me jugaba malas pasadas. Mis suposiciones y fantasías se adelantaban a la realidad, eran como visiones de un mundo paralelo que ejercía de muro entre yo y el mundo. Pero con él fue del todo distinto, fue como si él también formara parte de otro mundo, como si viviera en una realidad paralela al margen de lo cotidiano. Fue como encontrar una gota gemela en medio de un mar infinito.

Tres únicas citas y desapareció de mi vida. Esas pocas y desconcertantes palabras escritas en un trozo de papel amarillento fueron lo último que supe de él. Seguí su voluntad al pié de la letra y me volví al pueblo con mi madre y mi prima. Si es lo que él quería es lo que debía hacer. Confiaba plenamente y a ciegas en él, estaba dispuesta a hacer cualquier cosa que me hubiese pedido, cualquier cosa. Ahora ya sólo me queda su recuerdo y la esperanza de que un día nos volvamos a encontrar. Sólo deseo que con el tiempo no olvide que aquello ocurrió, que aquello fue real y no tan sólo otra más de mis visiones.

Martha Sawford – Primavera de 2100


Proyecto Nuevo Génesis - Parte I: La Tierra: