Plasmar ha sido, desde tiempos inmemoriales, una necesidad, algo intuitivo impulsado por la curiosidad, la observación y la capacidad. Pero donde realmente desemboca el texto no es “lo que” lleva a plasmar sino más bien “a lo qué” se plasma. De alguna manera la idea se concentra no en lo que lleva a la mano a plasmar, sino en lo que plasma esa mano. El porqué se plasma lo que se plasma. El texto se convierte en un verdadero y caótico laberinto, fruto del desespero del momento, donde la fehaciente carencia de dirección es la que se encarga precisamente de plasmar la idea. Y la idea es en esencia muy simple:
¿De dónde sale el juez que decreta el objetivo a plasmar?
Esa búsqueda de uno de los conceptos que aparece repetidamente a lo largo de todas las “Palabras Elementales”: el criterio.
Se proponen sendos contextos donde la falta de ese juez entorpece críticamente el proceso de plasmar. De una forma mucho más superficial desemboca en el concepto de “arte”, como defi nición y fi nalidad, pero únicamente como mero apunte.
Plasmar
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