Encerrarse en uno mismo es casi siempre una tentativa, un refugio, una defensa, y puede ser, también, una manera de buscar respuestas. Dentro de uno las normas cambian considerablemente.
Cuestiones que a priori y desde fuera son de lo más comunes se convierten en verdaderos retos a batir. Saber, saber de uno. Intentar deshilar algún interrogante que esté colgando.
A pesar de ello tampoco es nada fácil resolver con sinceridad tal objetivo. Siempre hay rincones escondidos que guardan la ansiada respuesta, la verdadera respuesta que se resiste a salir de su guarida. En muchas ocasiones la respuesta está herméticamente escondida por una voluntad superior a nuestra propia conciencia. Y está tan recelosamente guardada porque seguramente no conlleve una buena noticia.
No todos tenemos el valor o la capacidad de afrontar el riesgo que comporta llegar al fondo de la cueva.
En este caso el temor se sale con la suya y consigue abortar la búsqueda, dar la espalda a la respuesta y seguir hurgando por los desvanes infinitos.
En esta ocasión, al no querer encontrar la respuesta, ésta carece de forma y de nombre pudiendo ser tranquilamente ignorada y resultando insulsa. Aunque en el fondo nos sigue definiendo y estremeciendo.
¿Has llegado alguna vez hasta el fondo de la cueva?