Aparece un recodo, una grieta donde acurrucarse. Un lugar donde intercalar monólogos, expulsar demonios en una suerte de exorcismo redentor. Pretendiendo un relleno momentáneo con discursos enlatados, encorsetados con delirios de postulado liberador. Deseos maquillados, anhelos acicalados, dichos como de pasada, por casualidad. Esperanzados en que la caprichosa diosa fortuna alumbre las palabras dotándolas de un destello revelador haciendo de esta incertidumbre un lugar más acogedor. Incertidumbre disfrazada de un disimulo hartamente cuidado, pero con entrenada naturalidad.
Y se repite la escena como si un halo de amnesia poseyera el guion impregnándolo con motivos temporales que lo doten de suficientes malabarismos alejándolo, hasta donde se pueda, de las dos preguntas realmente relevantes: hasta dónde y hasta cuándo. La respuesta a tales preguntas marca el punto de inflexión más allá del cual aguarda una incertidumbre mayor. Más vale incertidumbre conocida que…