Se nos estimula a desear lo permanente, en realidad se nos ha educado para perseguirlo. Términos como “trabajo temporal” (me refiero el concepto no a las ETT) o “amor de verano” adquieren cierto matiz secundario cuando se comparan con sus homónimos de “para toda la vida”. Como de un rango inferior en importancia cuando lo que le estamos aplicando es un criterio de cantidad y no de calidad. Parece como si al ser “para toda la vida” se le otorga algo así como la etiqueta “de verdad”.
Es de esas cosas que se escapan a la razón para, en algún momento, convertirse simplemente en axiomas apartados de toda cuestionabilidad.
Da la sensación que vivir en ese estado se parece a algo así como estar esperando el sello que certifique tal objetivo. El objetivo es algo así como una promesa, una promesa borrosa e indefinida, una suerte de certificado de que no se ha perdido el tiempo o de que, en el fondo, el transcurrir de los años le habrá dado un valor añadido. Repito: por cantidad y no por calidad.
Es como estar ensayando permanentemente a la espera del esperado y prometido concierto. A pesar de que, como sabemos, el transcurrir es dinámico y eso supone cambiar el repertorio a menudo. ¿Qué pasa entonces?
¿Por qué sigue predominando la idea de invertir el tiempo en buscar algo a que aferrarse y no en adquirir flexibilidad de cintura y adaptabilidad? ¿Por pereza? ¿Por el temor a no querer afrontarlo? La cuestión es que en los intervalos en los que se palpa esa faz de la realidad invade el pánico y el primer recurso que se tiene a mano es rebajar el nivel de exigencia ya que es más accesible habituarse, por no llamarlo conformarse, que asumir el hecho. El hecho de que nada es permanente. Todo, absolutamente todo es provisional empezando por la vida misma.
La incertidumbre incomoda, en ocasiones estresa, no estamos acostumbrados a ella y es por eso que cada uno la intenta evitar a su manera.
Quizá llegue un momento en que nos demos cuenta de que no hay tal concierto, de que no existe actuación estelar. Y que simplemente existen pequeñas intervenciones, improvisaciones mayormente fortuitas fruto de casualidades que no tienen segundas tomas. La pregunta es si eso las hace ser más importantes o no, si sabiéndolo en el momento concreto cambiaría algo. Si la actitud, el interés, el valor o la prudencia serían distintos.