Diría que ya he hablado alguna vez de esto, incluso es posible que lo haya hecho en más de una ocasión. Será que estoy inmerso en una especie de espiral que me trae asiduamente este tipo de situación. El caso es el siguiente: ¿Cuál es el mínimo denominador de uno, de una persona? Hasta qué pétalo conservamos la identidad. No hablo tan sólo de las posesiones, que está claro que lo son, sino a pertinencias que ya forman parte de esa identidad. Lo que Viktor Frankl llama “la existencia desnuda” y describe en varios capítulos cuando en el campo de concentración les arrebataron todo lo relacionado con su anterior existencia. Despojados de cualquier conexión con lo que fueron, hasta llegar a perderlo. Y cómo la lucha por aferrarse a algo se convertía en el verdadero reto a afrontar en el día a día para mantener cierta perspectiva y conservar cierta cordura.
Una imagen recurrente que me ha asomado más de una vez: ¿Quién sería realmente si apareciera en otra ciudad de la noche a la mañana sin tan siquiera conservar la ropa? (La idea sería aparecer con otra ropa, no aparecer desnudo ya que esa situación casi que invitaría a otro tipo de reflexión, como por ejemplo “qué narices hice ayer por la noche”, sin duda reflexión interesante pero no se corresponde a la de hoy ;-).
Hasta qué punto forma parte de nuestra identidad lo que tenemos o utilizamos, y hasta qué punto sería recomendable poder prescindir. Y en caso que la respuesta fuera “de todo” ¿cómo se consigue?
Uno de los máximos exponentes de ese extremo podría ser Diógenes de Sinope. Aunque ya se sabe que los extremos no suelen ser demasiado saludables.
Lo dejo ahí que no hay más tiempo