Ignasi Bosch

El gran desfile

Ese curioso paraje que nos alberga generosamente o que ocupamos a codazos sin pedir permiso, no sabría decir muy bien. Observándolo de un sólo vistazo, en el lapso de tiempo de un abrir y cerrar de ojos parece estático, inmóvil, demasiado breve para llegar a ningún destino. Mirado desde el interior de un instante, desde una fracción de tiempo congelado resulta eterno, infinito, suficientemente duradero para dar la vuelta al mundo tantas veces como se desee.

Seguramente no deje de ser un camino de ida y vuelta. La mitad del trayecto para alejarse, aventurarse, conocer y descubrir. La mitad restante para regresar con paso sosegado observando el paisaje que no se pudo apreciar con las prisas de la ida.  El primero mirando al suelo y a dónde vamos, el segundo al cielo y de dónde venimos. Las vestiduras se van decorando de episodios, episodios que comparten un mismo final: la ausencia, pero no necesariamente el olvido. El recorrido entero acaba siendo una lección para aprender a sobrellevar esa ausencia.  A tener y a ganar no hace falta aprenderlo, pero a perder… a veces ni con una vida es suficiente.

Demasiadas brújulas desconciertan al caminante, el deber, la intuición, la sensatez, la experiencia… van alternándose a modo de caprichosas ráfagas y es bien sabido que no todas apuntan hacia un mismo destino.

Algunos compañeros de viaje acompañarán permanentemente a lo largo y ancho del camino: la duda, el miedo. Otros tan sólo compartirán algunos tramos: el dolor, la felicidad. La duda nos nutre, el miedo nos informa, el dolor nos esculpe y la felicidad nos oxigena. No necesariamente nos nutra de manera sana, nos informe verazmente, nos dé una forma bella o nos oxigene con pureza pero poco más se puede hacer que sencillamente permanecer atentos. Atentos para procurar repetir errores lo menos posible. Y digo procurar porque creo que eso es irremediablemente imposible. Excepto en contadas ocasiones, prácticamente siempre habrá más soluciones erróneas que acertadas en cada situación y seguramente deba ser así. Con lo cual siempre habrá más probabilidades de errar. Acertar, se puede acertar por casualidad, sin saber apenas cómo. Pero equivocarse, ahí sí que toca saber el cómo.
Una vida sólo de aciertos resultaría una vida fortuita, casual, involuntaria. Una repleta de errores no necesariamente sería un error de vida. Todo dependería de la reincidencia.

Y así desfilamos, temerosos, dubitativos, alegres, tristes, frustrados, ocupados, despistados; esperando, soñando, hablando, pensando. De un lugar y momento concretos hacia un no sé dónde ni hasta cuándo. Si existe el destino, seguro que es tan caprichoso que cambia de opinión a cada paso, a cada palabra. Mejor será no tenerlo en cuenta.


Más Palabras elementales: