Procuro rellenar los huecos que la soledad no consigue arrebatarme.
Me paso esos intermitentes estadios buscando los sueños que me gustaría soñar, encontrando causas ajenas dignas de robar. Pero al ser ajenas se me escurren entre los dedos de mi apetito dejando el lúgubre rastro de la decepción. Es entonces cuando surge la necesidad de aferrarme a las fotografías esculpidas en mi memoria. El problema de eso es que, dependiendo del ánimo, hurgo en un cajón o en otro.
En uno las fotografías son en color, y parecen interminables, fotografías llenas de buenas razones, de sólidos argumentos para revivir esos momentos pintados de vivos y brillantes colores.
En el otro cajón están las que son en blanco y negro y no parece haber tantas. Pero también cuentan buenas razones y sólidos argumentos, lo que esta vez para convencerme de todo lo contrario.
A veces el miedo me hace volverlas a meter donde estaban con un gesto apresurado.
Otras veces la nostalgia me hace mirarlas durante horas. En ambos casos independientemente del cajón escogido para la ocasión.