Miro desde detrás del escaparate cómo te escabulles lenta y dulcemente de mis tímidos intentos. Que son tímidos porque casi siempre me da la sensación que interrumpen o incomodan de alguna manera, e interpreto tus movimientos como evasivas despistadas que se dejan entrever.
Quizás, si fuese un ser mucho más pasional, soltase el timón de mis deseos y simplemente te agarrara con fuerza y te mordiera directamente en el cuello.
Quizás, si fuese mucho más emocional, diese rienda suelta al poeta que se esconde en algún rincón para que te recitase, mirándote a los ojos, mil fábulas encantadoras que te guiasen de la mano hasta mi alcoba.
Pero será que soy mucho más cerebral, y lo que recorre mi mente es el reto de adivinar el porqué de esos esquivos regates. Y puede, tan sólo puede, que lo que desees sea alguna de las otras dos opciones, pero lo que me sale es simplemente dejarme guiar por la naturaleza que entiendo. Y esta, como sabes, llega tarde, siempre tarde.
En ocasiones de veras que no te entiendo. No entiendo lo que maquina esa cabecita ni lo que pretende.