Notar la piel cambiante del camaleón cómo va alterando su gama hasta convertirse en algo, en apariencia, distinto.
Qué placentero es eso. Podría entenderse como un contratiempo o algo inconveniente, pero como hoy llevo puesta la piel del empeño y la esperanza todo esto me suena más bien a ventaja, a una formidable suerte.
Levantarse un día y ver el mundo como en cámara lenta, caras largas circulando por irremediables y desesperantes bucles. Observas, como desde detrás de un escaparate, todo un mundo incapaz de darse cuenta, incapaz de avanzar, de crecer. Ingenuo mundo, impasible, que se muere. Muere de un éxito mal digerido, mal entendido, que se convierte en fracaso lento y doloroso. Duele en las gentes, los pueblos que se consumen y duele en el fondo de los hombres quemando sus entrañas poco a poco, lentamente.
Realmente da la sensación de que no se ha avanzado como predican algunos, como nos quieren hacer creer a veces. El tiempo corre aprisa para nosotros, pero se desliza con su ritmo pausado y va viendo con su serenidad sosegada el desfile de repeticiones infinitas. Nos mira y ve con una sonrisa tierna que estamos en el mismo lugar que hace lustros, siglos, milenios.
Y es en esos días cuando aparecen simples frases lapidantes que se dejan caer justo delante de mí. Frases aparecidas como por arte de magia entre las páginas de un libro, escuchadas por la radio, entre el diálogo de una película o simplemente de una vocecita que me la susurra al oído. Frases que tan sólo puliendo un poco parecen frases eternas, como repetidas desde el inicio de la historia por todos aquellos que tarde o temprano se vieron mirando al mundo desde ese escaparate. Y de alguna manera liberan, son semillas de saber oculto esperando a ser alimentadas para crecer y florecer. Ese tipo de palabras que podrían releerse eternamente, crecer con ellas, encontrarlas en cada fase de la vida para irlas redescubriendo, palabras vivas. Aunque por desgracia la mayoría de las veces son usadas como simples comodines en forma de frase recitada.
Y casi todas ellas se dirigen siempre al yo, al singular, al individuo, al hombre. A ese consultor y maestro interno que toma nota. Ese faro que guía pero que a veces parece despistado, pierde el ímpetu y su luz se atenúa. Y es cuando palabras sabias pueden llegar a avivar el haz de claridad que implora ser impulsada.
Existen otros días en que tan sólo abrir los ojos te das cuenta de la inmensidad de tu entorno, el mundo se agranda y deja lugar a lo infinito. Todo cabe, absolutamente todo.
Es en esos días en que sales de casa con una libreta para tomar nota de todo, todo enseña, todo ilustra. Cualquier historia parece ser apasionante vista desde los ojos protagonistas. Pasando de piel en piel, de cuerpo en cuerpo para absorber hasta la última gota de vivencia, de vida. Todo se convierte en apasionante, un mundo repleto de aventuras esperando impacientes su turno.
En ese estado la reflexión deja lugar a la actividad, no hay tiempo para pararse a mesurar o conjeturar. Te abasteces de lo estrictamente necesario y te sueltas de la cuerda guía para averiguar qué te deparará el caprichoso destino y retarlo si cabe.
Es entonces cuando más apetece la fantasía, las historias trepidantes. La mitología un mundo que aún vaya más allá. Los matices tal vez importen menos, pues existe tal abundancia que se escabulle derramándose por todas partes. Como intentar retener todo un mar entre las manos.
Otros días se presenta todo lo contrario, el mundo colapsa en un sólo punto. Aparece otro aparador, pero esta vez no para observar el entorno, el paisaje cambia radicalmente y el cristal se convierte en espejo. Una habitación minúscula cubierta por espejos, obviamente todos ellos deformes. Una realidad repleta de ilusiones ópticas que alteran la percepción, un mundo deformado, irreal. Celda sin puertas de la que parece imposible salir.
En ese estado se persiguen respuestas, se formulan preguntas que camuflan una espiral infinita que avanza directa al más absoluto absurdo.
Cada cuestión se fragmenta en innumerables interrogaciones que flotan por una mente obtusa, incapaz de vislumbrar el camino de regreso.
Las palabras que surgen son densas, oscuras, cargadas de impotencia. Las historias externas carecen de sentido, suenan a falsas farsas vacías y frívolas. La vida se encoge y parece estar hueca, sin un sentido definido, concreto.
El global es una alternancia continua entre todos ellos. Un ciclo más o menos definido, aunque no por ello predecible o menos devastador.