En cantidad de ocasiones solemos pecar de incontinencia verbal. Y entras en ese estado en que las palabras pasan directamente desde algún rincón oscuro directamente a la boca. Digo oscuro no por el contenido, sino por su falta de claridad. Cual montaña rusa encadenando vocablos sin apenas poderlos escuchar. Poco tiene que ver con la falta de sinceridad, no me refiero a callarse las cosas importantes, sino al contrario, saber encontrar esa mesura ansiada que les dé precisamente más valor, mayor calidad a las cosas que se tenga que decir.
Ese estado donde uno parece estar hablando exclusivamente para sí mismo, sin percatarse del más mínimo indicio, la más mínima información de qué efecto o reacción se está causando. Creando un absurdo monólogo cerrando las puertas a lo que podría estar siendo un diálogo. En ocasiones uno se encuentra, como de golpe, alternando monólogos con otra persona, y muchas veces a eso lo llamamos diálogo.
Hay cantidad de citas que hacen referencia a dicha incontinencia:
“Por la boca muere el pez”, “Uno es dueño de su silencio y esclavo de sus palabras”, “Se tienen dos orejas y una boca para escuchar el doble de lo que se habla”, “Más vale callar y parecer tonto que hablar y demostrarlo”… y tantas otras.
Las palabras no se pueden borrar, no se está a tiempo de eliminar lo dicho, pero siempre se está a tiempo de decir algo más.