Ignasi Bosch

El Arcángel Caído

-(NGP-)
“No tuve tiempo ni para hacer la maleta, pasar a recoger mis cosas era demasiado arriesgado, seguramente me estuviesen esperando allí. No pude ni despedirme de ella, únicamente esas tres palabras. Se me hubiese hecho imposible decirle adiós ni un porque de esa marcha apresurada y la habría puesto en peligro, y eso es algo que no hubiese podido soportar... ¿…Qué habrá sido de ella…?.
No lo habrían comprendido, se nos estaba prohibido intimar con nadie... y no fui lo suficientemente fuerte para contarle la verdad... verdad... tan cruda e injusta, cruel e inevitable... no se merecía eso. No tenía suficiente fuerza para revelar... destrozar a quien consiguiese llegar...

Hacía ya semanas que rompí la comunicación con mis seis contactos, y después de casi 20 años de impecable puntualidad en los informes seguro que había levantado sospechas. Era el momento.

Di innumerables vueltas asegurándome de no tener “compañía”. El corazón  me palpitaba a cien por hora sólo quería dejarlo todo atrás... todo. Aunque había cosas que llevaría conmigo para siempre. Olvidar se convirtió en una meta... aunque inalcanzable.
¿Qué sentido tenía seguir viviendo de esa manera?... el tormento insaciable se apoderaba de mí cada vez que cerraba los ojos, cada vez que los abría, cada vez que me acostaba, presente en todos mis sueños y en cada despertar. No era justo prometer lo imposible. La fe ciega convertida en burla y la esperanza en una llama extinguida. Cuesta asimilar algo así. Recuerdo que el día en que me lo revelaron oficialmente se me subió el estómago a la garganta y lo devolví absolutamente todo. No tenía preguntas, ni palabras. Era así y no había más que decir. Lo que fue una sospecha poco más que suposición durante meses se convirtió en realidad en un segundo, sin marcha atrás. Aguanté tanto como me fue posible... hasta que un día... cedí.
Mi vida anterior no tuvo demasiado sentido tampoco... pero al menos me la sentía mía. Y el sólo hecho de saber que existía un futuro por negro que este fuera y por lejos que quedara... el mero hecho de saber que existiría era un pequeño aliento de esperanza... ahora ya ni eso se nos permitió. “

Hacía semanas que no salía de casa, ni hablaba con nadie. Sólo en la habitación de un oscuro y minúsculo apartamento a las afueras de Tiburg. Vivía enganchado a los pasatiempos de la red sumergido en alcohol y consumido por las drogas... refugio para aquél quien no sabe escapar de su propia realidad. De qué demonios servía hablar de nada con nadie si no existiría nada ni nadie en pocos años... No podría mirar a los ojos ajenos sabiendo que en breve dejarían de brillar... Y tampoco podía compartir eso con nadie... hacía ya años que se dejó de creer en el rumor, y ¿quién tiene derecho a revelar algo así?? Además contando ese tipo de cosas tentaba la suerte de no ser encontrado hasta el momento... Aunque ser invisible era lo que había estado haciendo media vida.
Había conseguido subsistir exprimiendo su pasado... todo ese entrenamiento bien merecía un fruto real, y ya que no podía garantizar un futuro... que al menos garantizara el presente... Ejercía de mercenario, principalmente  contratado por los peces gordos de la droga, amos de la ciudad que necesitaban de sus servicios para conservar su reputación y credibilidad a la hora de cobrar a pobres desgraciados que ya no les quedaba ni la ropa por empeñar, camellos desesperados que acabaron por vender a sus mujeres e hijas por conseguir un poco más de tiempo... A la vez que le proporcionaban lo que requería. Pero desde el último encargo, unas semanas atrás, que nadie se dejaba caer por allí... Se decía que se había vuelto loco, que había perdido el control... lo mejor de todo es que probablemente tenían razón.

Eran las 4 o las 5 de la madrugada... me había desmayado, por lo visto después de la tercera dosis de esa mezcla que diseñaron especialmente para mí. Debí tener un mal día... Cuando me di cuenta que había un mensaje aguardando en mi cuenta de “trabajo”...

—”...Tengo un encargo para ti, pásate por la oficina... LU.” Era Luciano uno de mis contactos, nadie conocía su nombre real. Se hacía llamar así por su ascendencia italiana... Su familia había estado vinculada a la mafia desde siempre, cosa de la cual él se enorgullecía. Un tipo cínico donde los haya. Antes me fiaría de una planta carnívora que de este elemento pero la despensa empezaba a escasear... así que... La “oficina” era un bar del centro, una de las “tiendas” de Luciano, lugar seguro fuera del alcance de las patrullas o curiosos.
Como era habitual Luciano no se encontraba allí, a él sólo lo vi una vez… y no guardo muy buen recuerdo de ese encuentro. El camarero desde detrás de la barra me pasó una tarjeta donde aparecía escrita únicamente una dirección, no me contó nada. No hacía falta, mi tarea estaba clara.
Sin pensarlo dos veces me dirigí hacia allí, cuanto antes terminara antes cobraría el trabajo. Las calles estaban desiertas a esas horas, la oscuridad y la humedad parecían formar parte de todo. El silencio reinaba a sus anchas sólo interrumpido por el rítmico ruido de mis pasos… cuando de repente un correteo y algunos sollozos aparecieron en medio de la noche. Al levantar la cabeza, un tipo calvo un tanto obeso persiguiendo e insultando en voz baja a una mujer con el vestido medio roto… se acercaban a toda prisa de frente desde el final de la calle. Me aparté a un lado aunque no pasé desapercibido. Al acercarse ella hizo un giro situándose a mi espalda y flojito con voz temblorosa me dijo —”ayúdame por favor”— muy desesperada debía estar al buscar refugio en un desconocido. La ciudad no se caracterizaba por la hospitalidad ni simpatía de sus habitantes.
Pasó todo muy deprisa… el hombre llevaba una navaja en la mano y sin dudarlo me la clavó en el costado sin yo poder ni siquiera reaccionar, no estaba en mi mejor momento y me llegó todo por sorpresa. Mi acto reflejo fue empuñar mi pistola y sin que él pudiese ni abrir la boca se la volé. La mujer temblaba asustada sin saber si agradecérmelo o salir corriendo. Muy agotada o aterrorizada debía estar por no hacerlo, se quedó ahí con agitada respiración. No recuerdo muy bien esos instantes…sólo que pensé “…mierda…”.
Sangraba, aunque eso no era lo que más me preocupaba. Me dijo que vivía cerca que lo menos que podía hacer era curarme. La verdad que era la mejor, por no decir la única opción que tenía. Allí empezó todo. Como un macabro capricho del destino los cabos se fueron atando en silencio.
Al llegar caí en la cuenta de que esa era la calle, al llegar al ascensor, esa era la planta y el lento desfile hasta plantarnos, yo apoyado en su hombro y con la camisa empapada en sangre, frente a la puerta… ese era el piso. Pregunté  desconcertado si vivía sola. Me contó que sí, que desde la muerte de su marido y de su hijo no le quedó más remedio que mudarse a ese rincón. El shock de la situación hizo que no me sorprendiera tanta sinceridad con la poca confianza que había, pues no intercambiamos ni una frase en todo el trayecto. Se me paró la respiración. Aunque eso no fue lo peor. Al entrar, encima de un viejo mueble medio roto, apareció una foto de ella junto a un hombre y un chaval. Reconocí esas caras. Entonces me desmayé.

Al despertar me encontré en la cama, en una habitación oscura en el que faltaban pedazos del papel pintado en las paredes, cajas de cartón por todas partes. Me quedé en silencio observando mi alrededor, tenía la herida suturada, estaba desnudo entre las sábanas. Curioseé sin levantarme en los cajones de la mesita de noche… un montón de condones, calmantes, somníferos, drogas varias y una pistola… Justo en el momento que oí la puerta principal como se abría. Cogí el arma en un acto reflejo y me escondí detrás de la puerta. Se abrió lentamente y vi asomarse una cabeza. Con un gesto rápido la cogí del brazo y la tiré en la cama apuntándola con la pistola. Su cara era de cierta confusión pero no de pánico, cosa que me sorprendió. Yo estaba del todo desorientado, demasiadas coincidencias de golpe y demasiadas horas sin mi dosis. No dijo nada, a la espera que fuera yo quien preguntase algo o dijera alguna cosa, al ver que no decía nada me mostró bajando las cejas y con un gesto de pregunta la tarjeta que me dio el camarero. Mi cabeza no conseguía aferrarse a nada estático. Flashes de imágenes golpeaban mi cordura… la poca que me quedaba, en un acto casi involuntario me puse la pistola en la boca y apreté el gatillo, pero no pasó nada. Lo volví a apretar una y otra vez… “…está descargada…” dijo.


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