Ignasi Bosch

Entorno hostil

No consigo entender el gran ciclo que marca, no se rige por el tiempo, ni hay un único detonador. Eso lo hace terriblemente difícil de prevenir y más aún de evitar.
Intento aferrarme con todas mis fuerzas a esa esperanza que se me escapa escurridiza entre los brazos. Un peso asfixiante en el pecho me revela que algo no bueno está pasando. Y a pesar de que busco y busco no logro encontrar nada sospechoso. Todo está formado por la misma esencia: bien y mal. No encuentro ningún mal suelto, ningún desequilibrio que pueda guiarme. Aunque cada vez cuesta más diferenciar y distanciar la realidad “real”, ambas se acercan peligrosamente. Los pocos momentos de lucidez me cuentan lo que mis oídos no saben ni quieren oír, me revelan lo que a mis ojos ciega y no permite ver, me enseñan lo que soy incapaz de entender, incapaz de asimilar, incapaz de ser. Y aunque finja en presencia de lo probable parece que poco a poco se vislumbra a través del tiempo y lo visto es sencillamente desesperante, ¿es lo venidero realmente variable?
El síntoma al que desemboca toda esa intranquilidad es demasiado conocido, demasiado temido, demasiado sufrido. Y no puedo ahuyentar los temores eternamente, habrá un día que las pequeñas salvadoras escogerán un camino distinto al mío y será entonces cuando se librará la batalla final. Cuanto más tarde en llegar más dura será... aunque si fuera hoy sería derrotado al acto. Y esa locura contenida se apoderaría de todo el ser.  Perdiendo la existencia y quien sabe si algo más.
Nada aporta nada en este momento, camino estancado donde todas las direcciones aparcan los senderos en el mismo lugar. ¿Tan difícil es reconocer y aceptar la verdad? O si me resisto tanto ¿será que no es verdad absoluta?
Desearía quedarme tanto como me fuera posible en la otra orilla flotando sin llegar a sumergirme de nuevo, aunque comprobado está que cuanto más tiempo se flota más fuerte es el impacto al entrar de nuevo. Y esas pequeñas cápsulas de oxígeno son finitas como también son tentación y ambición.
¿Por qué es tan feroz lo que aguarda en el exterior?
La locura no es un don es más bien un proceso... y no es una pérdida ni una adquisición, es más bien una metamorfosis, una transformación. Donde la cordura se ve mutada y sustituida progresivamente por la demencia. Todos tenemos ambos mantenidos en meticuloso equilibrio, a la que el equilibrio es franqueado, en ese delicado momento entonces ya es demasiado tarde.
¿Es el mal tan malo como lo ven mis ojos?
Indiferencia... cómo te echo de menos.
¿Por qué corriendo en solitario todo adquiere otro color? En realidad todo adquiere un nuevo todo.
Todo lo que quisiera olvidar se afierra de tal manera que es imposible desprenderse... y lo anhelado se pierde por el camino con una facilidad abrumadora ¿es eso equilibrio?
Cuando se teme el silencio es cuando aparece... y cuando se necesita es desesperadamente profanado, ¿es eso equilibrio? Cuando despierta el espíritu guerrero la calma y la paz reinan... cuando las heridas abren las brechas del desespero, del desengaño y ese desencanto angustiador es cuando aparece el hambriento enemigo fuerte y despiadado ¿sigue siendo eso equilibrio?
Esa fijación por ver sólo la carencia es quizá innata. Sin quererlo se impregna la esencia del entorno, esponja de lo profundo. La soledad actúa de implacable catalizador. Absorber las vibraciones quizá sea un don aunque lo veo más como una maldición. Quizá sea cierta la historia y el “raptor” sea sólo un ejemplo, una figuración de lo real.

Seguramente la realidad sea una caricatura del sueño. Cúmulo de bufones jugando a ser algo que no serán jamás.
La amenaza prevalece, no descansa, implacable, deshonesta, eterna, inmortal.


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