Cada amanecer, cada nuevo día alberga en su interior alguna lucha, algún duelo.
Y sólo en algunas ocasiones aparece el reto y cada uno es el último.
Después de él no hay nada y solamente una vez superado hay ojos, hay cabeza para lo demás. No se sabe de donde aparece sólo sé que parece ser siempre el mismo, vestido de distinta manera, adornado con distinto atuendo y cada vez de mayor dificultad. Sin embargo siempre es él. Que arranca de mí el aliento, succiona la fuerza y consigue impregnarme de esperanza, desespero, fe y humillación al mismo tiempo. Logra reflejarme ante mis propios ojos e invadirme. Y de esa forma poder reconquistarme para, en cierto modo, renacer de nuevo.
Nunca deseado pero siempre admirado, nunca intimidante pero siempre respetado, siempre definitivo pero nunca suficiente, siempre esperado pero nunca oportuno.
No sabe de momentos ni de disciplinas, no sabe, pero es el mejor maestro que a su vez despierta el maestro interior que todos llevamos.
Tan necesario como el aire puro, es punto de inflexión y destino.
Adictivo.
Desafiante se presenta, no importa la forma, siempre consigue llegar. Impune al mundo, impune a la realidad provoca la chispa que activa la imaginación, principal arma para combatirlo. La búsqueda provoca creación.
Una vez lo haya derrotado me quedaré aquí preparado a que resurja de nuevo, mientras tanto intentaré imaginar como llegará esta vez.
Inmortal me seguirá hasta el fin de los días. Siempre estará presente y malo el día que no lo esté, porque ese día habré muerto.